La sequía está aquí para quedarse, y el problema es más grave de lo que parece.
España es ya el país más árido de Europa, con un 75% de nuestro territorio susceptible de sufrir desertificación, y nuestras reservas de agua embalsada apenas llegan al 37% de su capacidad (y bajando).
La falta de lluvia, además de graves impactos medioambientales, también provoca inmensas pérdidas económicas, riesgos sanitarios y problemas sociales. Los agricultores no recuerdan una situación peor desde 1992 en los cultivos de secano (aquellos que ni siquiera hace falta regar) y los niveles de contaminación atmosférica en ciudades como Madrid han superado el límite saludable para respirar. Más de 120 municipios en España se están abasteciendo con camiones y cisternas o tienen restricciones de agua para el consumo.
Pero la culpa de la sequía no solo es de la falta de agua, también de la mala gestión y el despilfarro. De pensar que el agua es un recurso infinito. Seguimos viviendo como si la Península Ibérica y nuestras islas fueran rica en agua, y un ejemplo claro lo vimos la semana pasada, cuando se anunció la construcción de la playa artificial más grande de Europa en Guadalajara.
En las últimas semanas Greenpeace ha viajado por 30 ríos, lagunas, embalses y humedales de 12 provincias para documentar la desolación provocada por la sequía, en lugares emblemáticos como los parques nacionales de Doñana y las Tablas de Daimiel, el nacimiento del río Tajo o los espacios protegidos de la Laguna de Gallocanta, Ruidera o Villafáfila.
El agua es un recurso imprescindible para la vida. Desde Greenpeace exigimos un cambio en la política hídrica, que deje de centrarse en las grandes obras hidráulicas y pase a gestionar el agua eficientemente, previniendo y mitigando los efectos de la sequía.